sábado, 3 de abril de 2010

El espiral que desciende


Escaleras...
escaleras de cristal
sube, baja
y se detiene...

miró a aquel vacío
pero vaya,
se asombró de que el vértigo estuviese ausente...
la marea estaba tranquila a esas horas
y los relojes se habían detenido
en todos los rincones del mundo,
¿y qué importaba?,
a fin de cuentas
su alma era una...
a fin de cuentas,
era un caballero atemporal,
perdido en sus divagaciones
en las ensoñaciones perdidas y sepultadas en esos lugares inciertos
que ya no visitamos,
no por temor,
no por amor propio,
no por molestia,
no por tristeza
o melancolía...
solo por deber,
solo por rutina

se asomó lentamente
apoyado aún en la baranda...
se veía algo hondo,
no lo negaba...

se detuvo de pronto,
y pensó en todo:
en aquellas tristes sonrisas,
las falsas princesas,
las frases inconclusas
y las promesas a medias...
pensó entonces
en la fugacidad de la vida,
en lo pequeña que era cada alegría
que, a fin de cuentas,
no eran más que un pequeño pacto con el diablo

eso era la vida al fin de sus cuentas;
¿no?
una espiral que bajaba lentamente

y él ya no temía hundirse más...
esperaba aquel último suspiro,
lo anhelaba...
y le excitaba la idea de aquella última mirada
y la sensación final...
ya no luchaba contra sus demonios
había aprendido a quererles
y abrazarles dulcemente
con aquella tierna sonrisa de muchacho triste...
su vida entera se resumía a un único y solo propósito

una última calada al cigarrillo
y una mueca amable en su rostro...
el viento no le pareció tan frío...
la tierra estaba deshabitada, o eso parecía...
los jodidos gobiernos se habían colapsado
los hombres se exterminaron con una brutalidad sin precedentes
los sonidos se habían detenido
tras una barrera invisible de disoluta soledad...
helo ahí:
el fin de un mundo...
y helo a él ahí:
el Zaratustra que todo lo había anunciado

tonadas vinieron a su mente
eran sus acordes
que siempre creyó de otros,
pero entonces su corazón le hizo comprender
y tan solo meneó la cabeza con ligereza...
era la hora

se paró del otro lado de la baranda:
entonces recordó sus efímeros momentos felices...
qué bellos ojos oscuros,
y las palabras,
y los atardeceres,
y aquella primera silueta femenina,
y las briznas de pasto bajo su espalda...
¿y qué quedó después de eso?...
las eternas lágrimas cristalinas
los eternos reproches
el vacío absoluto...

su manos se aferraban ya sin ningún ánimo a aquella baranda...
una leve inclinación...
un hondo suspiro
sus ojos se cerraron
sus pies ya no tocaron el suelo
sus cabellos se dejaban guiar por la suave brisa...
una eternidad que duró sólo un segundo...
su vida entera se resumía a un único y solo propósito:
aquella silenciosa y lacónica muerte.

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