sábado, 3 de abril de 2010

Acto final


La tierra tragaba su lastimero último trágico aliento en las avenidas del Valle de la Muerte…
Desolación inconmensurable alrededor de un subterráneo agujero que amenazaba con desvanecernos entre acero oxidados y cadáveres que aún respiraban los
suplicios irreverentes de la pálida necro nómica muerte alzada sobre las miles de cabezas; entre aquel humano mar de esperanzas rotas; aquel lugar en el cual
estábamos sumergidos tú y yo, amor mío, ambos en contrarias orillas de una misma tempestad, luchando por acercarnos a pulso vacilante entre las miles barcazas
siniestras y destruidas…

Miré a mi alrededor con un dejo de secreto sarcasmo.
- Estúpidos y nada más.

La lastima corroía el anacrónico cobertizo de mis esperanzas perdidas, mientras me adentraba entre las marejadas de miseria humana; alcanza la telúrica-tétrica
orilla de mi soledad inconmensurable.

El Vampiro se había quedado solo.

Las paredes comentaban la decadencia de las sociedades infernales que vieron morir antes del amanecer y sus ocasos... La tierra toda era un triste manojo de
hierro y estrellas muertas... días pasados entre los agujeros cuánticos.

La muerte toda era un suceso excitante en la dimensión paralela de tu vida efímera... Las manos se entrelazaban bajo las tórridas aguas oscuras y un último beso,
lanzado al aire, esperaba por convertirse en aquel final anunciado.

El triste ángel sorteaba los obstáculos.

La riberas no podrían con todo esto...somos demasiado para la misma muerte y tan sólo nos embriagamos, con las conciencias atadas, sobre el viejo diván;
como solía ser, de la única vieja y gastada manera que ambos conocemos. Mis labios sobre tu cuello...un difuso aroma a gloria... unos afilados colmillos que
presionan contra tu frágil carne, justo antes de que sean mis propias y monstruosas manos las que lo despedazan, lenta y dulcemente.

Nos hemos quedado solos, querida mía...

Ya las luces se pudren, mientras te beso con una frialdad abistamente cándida, y te pierdes en el fulgor mortecino de tus propias pupilas reflejadas en las mías... El
fuego lo consume todo, y el puto mundo se borra de nuestras mentes, pero aquí estamos, a final de cuentas. Me enrredo entre tus piernas mientras mis manos bajan
lentamente... Una cálida espada penetra entre tu frágil sonrisa de niña inocente. Dos pequeñas palomas blancas sobre mi espalda...
Ahí ha quedado el último resquicio de mi 'yo', seda negra, con botones y un siempre prático bolsillo cerca del corazón... Ahí ha quedado el último bastión de tu
dudosa 'moralidad', fina tela color violeta de encajes y ribetes... la cinta que llevabas por cinturón...

Un rápido movimiento y me encuentro en lugar apropiado... Aquí es donde comenzó el mundo, ¿sabes?... inserto entre tus tiernas entrañas, como un acto de asquerosa depravación morbosa, mientras de fondo tan sólo se oía la ópera de la creación absoluta, saliendo desesperadamente desde tus labios; dulces gemidos para la bestia que, suave y sádicamente, arremetía una y otra vez contra la virginal doncella, que pronto, dejaría de serlo.
Aquí es donde comenzó el mundo... inserto entre tus tiernas entrañas, cuando el corrupto monstruo, cómodamente reclinado contra el diván, acariciaba la perdida rosa blanca... senos de pálido marfil bajo uñas pintadas de riguroso negro... Cálido néctar brotando de mi pálida espalda: los desesperados rasguños finales de un mundo que agoniza en un abismo de lacerante placer.
Fue entonces cuando escribimos juntos aquella enigmática primera canción que dio nombre y forma a la humanidad toda... líneas que fueron entonadas entre sudor y sangre. Gemidos a la luz de la luna, bajo la muerte absoluta.

Es el fin... es el fin, amor mío. Duermes desnuda sobre mis piernas... te abrazo queriendo retenerte entre mi latente deseo de asesinato y mis ansias de eternidad... Cavilo...
Alicia se ha dormido, pero el peor peligro no son sus pesadillas, sino el hombre de triste semblante que vela sus placidos sueños...

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