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Su mirada era pasiva, casi al extremo de la exasperación
dio un paso corto, pero volvió sobre sus talones;
él tan sólo le dirigió una afable sonrisa... las reservaciones ya estaban hechas
y la noche no podía tardar mucho en llegar.
La capa aún estaba suspendida en sus viriles y erguidos hombros,
la pulcra camisa de lino, ocultaba su brutal palidez cadavérica
pero a ella no le hubiere importado de todas formas...
Una amapola, y una rosa blanca...
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